ACCIÓN DE INTRO
DUCIR
“El mundo ha partido, yo debo cargarte”. Cuando he tratado de interpretar este verso que desde hace años me fascina, he insistido, por una parte, en el hecho de que en el momento en el que ya no existe el mundo, o que el mundo pierde su fundamento, donde ya no hay suelo — en el terremoto ya no hay suelo ni fundamento que nos sostenga—, ahí donde ya no hay mundo ni suelo, debo cargarte, tengo la responsabilidad de cargarte porque ya no tenemos apoyo, ya no puedes pisar un suelo confiable y por lo tanto tengo la responsabilidad de cargarte. O bien, cuando ya estás muerto — y es pues un pensamiento del duelo, otra interpretación—, cuando ya no hay mundo porque el otro está muerto, y la muerte es cada vez el fin del mundo, cuando el otro está muerto, debo cargarlo según la lógica clásica de Freud según la cual el llamado trabajo de duelo consiste en cargar consigo, en ingerir, en comer y en beber al muerto, para llevarlo dentro de uno. Cuando el mundo ya no existe debo cargarte, es mi responsabilidad ante ti: es pues una declaración de responsabilidad hacia el otro amado. (Derrida, 2009, p.33)
En una de las ya inatrapables temporalidades y desde la liminalidad, aparece el vértigo de estar por caer en un canal profundo de paredes volátiles. Podría ser el cilindro de luz y polvo de una hebra caliente de sol o una corriente subacuática y transatlántica. Entre giros que responden al magnetismo de un sistema entrópico, las partículas que allí flotan son afectadas imprevisiblemente. Habrá que dejarse caer y ser empujado por la corriente. Habrá que trasmutar a partícula, a burbuja, a lengua, a contendor. Habrá de escucharnos el estómago cuando seamos isla y de inflarnos el polvo cuando seamos estómago. Habrá que conspirar con, entre, sobre, ante cuerpo e imagen.
David Zapata.
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